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¿Quién nos envenena?
A finales de noviembre miles de peces empezaron a aparecer flotando muertos en el Río Salado, Santa Fe. Desde la Subsecretaría de Recursos Naturales de la provincia aseguraban que el gran índice de mortandad se debía a la falta de oxígeno por la bajante del río. Esta semana, un estudio de la Universidad Nacional del Litoral indicó que también había agrotóxicos, entre ellos glifosato, en el agua y en los tejidos de los peces muertos.
Desde el invierno del 2020 se registra una gran baja de la fauna acuática del Río Salado que no para de crecer. A principios de diciembre, con una baja del cauce producida por la falta de lluvia, decenas de miles de peces llamaron la atención en todas las ciudades que rodean el Salado en Santa Fe. Sábalos, carpas, dorados, moncholos, tarariras (taruchas) y mojarras flotaban al costado del puente Carretero en la autopista Santa Fe – Rosario. Un cardumen que ya se había visualizado más arriba, en Santo Tomé, Recreo y Esperanza.
La primer conclusión de los especialistas era la que se podía sacar a simple vista: si baja el cauce del agua, baja el índice de oxígeno y el espacio entre las especies acuáticas, por ende muchos peces van a morir. Aunque esta problemática no es novedosa en sí misma, nunca se había visto algo igual. Algunos pescadores de la zona advertían en los medios locales que podía sumarse otra causa: los agrotóxicos. “Todos los años se mueren por la falta de oxígeno, y además cuando llueve se lavan los campos y los agroquímicos que tiran se vuelcan al Salado”, aseguró Jesús Pérez, presidente de la Asociación de Pescadores de Alto Verde.
Al respecto, la Procuración General de la Corte Suprema de Justicia de Santa Fe le solicitó un informe a la la Facultad de Bioquímica y Ciencias Biológicas de la Universidad Nacional del Litoral (UNL) para investigar la presencia de las toxinas. Se tomaron muestras de peces muertos y de otros que tenían comportamientos extraños. De esta manera, se detectaron restos del insecticida clorpirifos, entre 30 y 80 miligramos, y también del herbicida 2,4-D en las branquias y en el hígado del pez sábalo. Por otro lado el subsecretario de recursos naturales del Ministerio de Ambiente y Cambio Climático, Gaspar Borra, comentó a Página 12 que de los 116 compuestos que sometieron a análisis, “se detectaron tres herbicidas y un fungicida. Entre ellos glifosato” y que la cantidad que se detectó es mínima, de 6 microgramos por litro.
Con estos números, las fuentes oficiales aseguran que la mortandad se debe a la falta de oxigenación y la baja del agua del río. Por otro lado, los investigadores insisten que la investigación no está cerrada. Sin embargo, la presencia de estas sustancias tóxicas en el agua y en los peces es alarmante, porque hay quienes los consumen directamente del río.
Hace un año Página 12 entrevistó a Melina Álvarez, doctora en Biología y docente-investigadora en la Universidad Nacional de Hurlingham y en la Universidad Nacional de Moreno. Ella trabajó en una investigación sobre el clorpirifios, un insecticida que está prohibido en Estados Unidos y Europa. En Argentina, a pesar de estar prohibido desde 2008 para uso domiciliario, se vende normalmente para usarlo en cualquier jardinería. Este insecticida se aplica masivamente en los cultivos de soja, maíz, trigo y cebada pero Melina lo halló en el agua. “Los productores, en general, no respetan las buenas prácticas agrícolas. El asunto es que como las dosis de clorpirifos son tan excesivas terminan impregnadas en la tierra. Luego, la historia es conocida: existen muchos factores que conducen a que los agrotóxicos culminen en los cursos de agua. Ya sea por las características de drenaje del propio suelo, o bien, por aspectos climático-ambientales (precipitaciones, humedad, por ejemplo) suelen conquistar los cuerpos de agua superficiales.”
Por otro lado está el herbicida 2,4-D, que ya en 2014, tras un derrame del componente, se exigía la prohibición de su uso en la provincia de Santa Fe por ser altamente tóxico hacia las abejas, lombrices, peces, otras plantas no destinatarias, vegetales y humanos. Se presentaron síntomas de neurotoxicidad: miotonía (los músculos no pueden relajarse luego de su contracción voluntaria); también de neuropatía periférica: sensaciones inusuales, adormecimiento y dolor en brazos y piernas, trastornos de la marcha; trastornos del comportamiento; y neurotoxicidad en niños, demostrando reducción del tamaño cerebral, alteraciones de componentes de la membrana neuronal; entre otros.
Una vez más, la naturaleza nos demuestra que el uso indiscriminado de agrotóxicos puede sumarse a las malas condiciones climáticas que dificultan la vida acuática de los ríos y también la humana, solo para llenar un par de bolsillos.