Grandes Noticias > Música

Milo J juega en primera

 

El flamante La vida era más corta es un trabajo consagratorio, que ostenta una solidez que confirma a Camilo Joaquín Villarruel ya no como un emergente de la ascendente movida del trap vernáculo, sino como uno de los artistas más ambiciosos de la música popular argentina. Por la magnitud de sus colaboraciones, con highlights de históricos como Silvio Rodríguez, Cuti y Roberto Carabajal y Mercedes Sosa (desde una cinta), pero también con contemporáneos como Trueno, Akrilla, Paula Prieto y Nicky Nicole, y con Soledad, una figura cuya irrupción en la escena del folclore en los 90 puede ser equiparable a la de Milo, a la hora de abrirle las puertas a ese lenguaje (a esa tradición) a las nuevas generaciones. Y, si hablamos de nuevas generaciones, la revelación del álbum Radamel, un talentosísimo guitarrista de 13 años, oriundo de la pequeña localidad santiagueña de Suncho Corral.

Es pertinente pensar a este álbum, el tercero como solista en la fructífera discografia del artista que de cachorro sólo tiene la edad (¡apenas 18 años!), en consonancia con El Madrileño (2021), la obra cumbre de C. Tangana. La referencia no es lineal, pero tampoco caprichosa.

Ambos artistas tienen un origen (y un lenguaje) en común: las batallas de freestyle, el universo del trap, la cosmogonía urbana. Ese es el background en común. Claro que Milo, ya desde el iniciático 111 (2023), se despegaba de cualquier purismo y exploraba el formato canción.

Pero, igual que El Madrileño, La vida era más corta, es un ejercicio de regionalismo crítico. Milo decidió explícitamente explorar más que un catálogo de ritmos folclóricos. Fue a hacer un viaje, introspectivo y casi etnomusicológico, por Santiago del Estero. De allí se trajo más que canciones, se trajo la experiencia compartida en peñas, patios de tierra y paisajes hipnóticos.

“Tengo unos tatuajes bajo de la piel/ que no cicatrizaron y otros se reencarnan/ no me siento propio y al ver el ocaso/ quise ir más despacio”, canta en “Bajo de la piel”, el tema que abre el álbum. Un comienzo barroco que condensa una infinidad de climas, sonoridades y referencias en menos de tres minutos. Guitarra arpegiada, un elegante arreglo para la sección de cuerdas, un bandoneón, bombos legüeros, un violín del monte, coro de voces angelicales (Yami Safide, Inbal Comedi) que puede volverse abrumador, pero que es un buen anticipo lo que vendrá.

La vida era más corta combina canciones intimistas como “Niño”; líneas raperas disparadas por la lengua precisa de Trueno (“Gil”); una cita de “Giros”, el clásico de Fito Páez, en la voz de Nicki Nicole, a modo de intro de “Amo de mi sol”, uno de los temas más eclécticos del disco, que tiene un solo jazzístico de Santiago Alvarado en las teclas: una canción mutante que incluye el coro de la murga uruguaya Agarrate Catalina, aires de bossa nova y que termina en un estribillo que evoluciona al inicio de “Solifican12”, un carnavalito en el que Milo encuentra el modo de meter sus rimas raperas.

“Lucía”, que incluye la participación de Soledad, encierra una historia íntima: es una oda folclórica en homenaje a la abuela del cantante, que el artista compuso a modo de homenaje el mismo día de su muerte. Acaso esa sea la tónica que domina las letras: historias escritas a flor de piel, con el riesgo como elogio de una opción estética que se inscribe en tradiciones ancestrales y recientes. Porque el impecable trabajo de Milo, que se involucró en la producción del álbum junto a Tatool y Santiago Alvarado, se inscribe en una tradición reciente del folclore electrónico: Tonolec, Tremor y Cancha Vía Circuito son sólo tres de esos exponentes anteriones de un legado que linkea con este album.

Pero La vida era más corta conjuga esa cuota experimental, los sonidos de vanguardia combinados con sonidos ancestrales de las raíces. Hay samples de la chilena Violeta Parra, de la colombiana Totó La Momposina, de Jaime Roos y de Horacio Guarany, entre otros emblemas de la música latinoamericana.

Allí está “Recordé”, que empieza como si fuera una rumbita de Manu Chao y termina con un solo de teclado que recuerda a los paisajes más melancólicos que Gustavo Montemurro (o el propio Hugo Fattoruso) interpretó en las canciones de Jaime Roos. Hay ecos del altiplano con unos coros agudísimos, que parecen niños pero son voces dobladas, y coros murgueros de Agarrate Catalina en “Cuando el agua hirviendo”.

Hay una profundidad en las letras, que a veces se construyen en forma de relato clásico, en otros casos dejan pinceladas poéticas como cuando canta “entre el bien y el mal hay una oración y dos pasos para atrás” (“Ama de mi sol”).

El disco 2 de este álbum doble incluye cuatro colaboraciones que constituyen a este corpus de canciones como un artefacto cultural poderoso en sí mismo. Allí está la crudísima versión de “Radamel”, con el brillante adolescente santiagueño dejando un testimonio de su talento, que a la posteridad podrá ser leído como el video de Diego Maradona después de un partido de los Cebollitas, confesando su sueño de jugar un mundial.

“El invisible”, el tema del Cuti Carabajal que Milo grabó junto a él y junto a su sobrino, Roberto Carbajal, trasciende la denuncia social de su letra. Es el sonido real, el folclore proyectado desde Santiago al Mundo, desde los maestros al mejor alumno, ese intérprete excepcional que es Milo J, que devela una canción maravillosa a su generación.

Hay una cuota de dulzura especial en “Luciérnagas”, una composición de Milo J que encontró en el legendario Silvio Rodríguez, referente de la Trova Cubana, que traza un nuevo episodio en su vínculo fraterno con la Argentina. A 40 años del regreso de la democracia y sus históricos conciertos con Pablo Milanés, marcados a fuego en varias generaciones de fogones y morral, Silvio vuelve a sonar en oídos jóvenes. Su interpretación es impecable, conmovedora y establece una mágica combinación con Milo.

Y cuando parece que ya nada podrá superar ese hito, aparece otra voz mágica, la de Mercedes Sosa. Una colaboración postmortem de “Jangadero” (Jaime Dávalos) en la que Milo muestra un costado hipersensible. Y te deja flotando.
A los 18 años, Milo J ya ostenta una obra. Una obra sólida. Lo de la edad sería apenas un detalle si no fuera por lo consistente de su propuesta, por lo intenso de su búsqueda, por lo auspicioso de su futuro.

La vida más corta, signo de los tiempos, cuenta también con su correlato audiovisual. Otro artefacto poderoso, con una estética cuidada que completa una narrativa de la cuál Milo no es ajeno. Tampoco el vestuario que eligió para acompañar este álbum: una chaqueta de paño de lana y viscosa, con manga incrustada en jacquard de seda chocolate labrado (del lado del corazón lleva una grieta de alpaca oxidada con fondo brillante, trabajado a mano, que busca reivindicar el concepto de las cicatrices y su valor). El pantalón sastrero bota ancha, pinzado con sistema de faja incorporada y cinturón, fue elaborado en lino chocolate. Son diseños de Alma Aguirre a partir de una idea de Milo, que eligió el color marrón, de la tierra, y una herida de metal en el pecho.

 

 

ROSARIO CLIMA

Recientes